“El kirchnerismo introduce otra idea de libertad, la libertad como libertad colectiva de un pueblo»

Publicado el 6 Sep, 2016

Eduardo Rinesi es un reconocido académico del campo popular. Se desempeñó como rector de la Universidad General Sarmiento y es actualmente Profesor en diversas casas de estudios. En esta charla, analiza el proceso kirchnerista en forma amplia, así el actual avance conservador en la región.

LG: ¿Cómo analizás la coyuntura nacional y regional? ¿Cómo lees este momento que nos toca?

ER: Asistimos, desde el año pasado, a un punto de inflexión importante y serio en un proceso de democratización que, con sus más y sus menos, venía caracterizando a la región desde comienzos de siglo. Los ochenta fueron los años de la “transición a la democracia”. En aquellos años conversamos mucho sobre la idea de libertad y sobre la idea de participación popular. Esta última, que había tenido un lugar en el discurso alfonsinista fue desvaneciéndose después de ese punto de quiebre que fue “Semana Santa” de 1987. Quedó sepultada bajo una idea típicamente liberal de la libertad como pura libertad negativa, para reaparecer después, intensa aunque fugazmente, en las jornadas de fin de 2001. Después, en 2003, se abrió un capitulo muy distinto, que tiene un parentesco grande con otros procesos que se venían también anunciando y que empezaban su propia jornada en otros países de América Latina. El chavismo tenía un par de años, Lula comenzaba en Brasil, la expectativa de que el Frente Amplio accediera al gobierno nacional en Uruguay… Por supuesto, cada uno de estos procesos tiene sus especificidades, sus tiempos y alcances.

LG: ¿Cuáles dirías que son las particularidades de la experiencia argentina en esa década?

ER: Me parece interesante comparar la experiencia argentina más reciente con la de los años “alfonsinistas” de la “transición a la democracia”. No es en vano que el kirchnerismo, en sus últimos años, se haya cansado de rendir homenajes a Alfonsín. No eran saludos a la bandera: era la evidencia de una preocupación común por la cuestión de la democracia. Sólo que si en los 80 esa democracia aparecía como una utopía o como el nombre de un puerto de llegada de un proceso, en los años kirchneristas pensamos más bien en términos de un proceso de democratización, de universalización y generalización. ¿De qué?: de derechos. De libertades, también: individuales y colectivas. Pero especialmente, me parece, de derechos.

Entonces, dos cosas. Una: en los 80 la categoría privilegiada de nuestras discusiones políticas era la de libertad, pensada en un sentido, digamos, típicamente liberal. La libertad como libertad individual, las libertades civiles y políticas de los individuos. Es en relación con esto que el kirchnerismo introduce, además, otra idea de libertad: la de la libertad colectiva de un pueblo. No piensa solamente (aunque sigue pensando, también) en la libertad de los individuos frente al poder del Estado, sino en una libertad colectiva que, al revés, sólo puede garantizarse a través de acciones positivas de ese mismo Estado. Una idea de la libertad que a mí me gusta llamar “republicana”: la idea de la libertad como parte de la cosa pública. Que es una idea demasiado interesante como para que la tradición populista no la reivindique para sí y la deje, en cambio, en manos de los conservadores. Lo que quizás habría que decir es que en la gran tradición republicana no hay una sola idea de república, sino dos: la de una república aristocrática y minoritarista y la de una república democrática y popular. Que es la nuestra, la de los populismos que nos gustan, la de los populismos en los que nos reconocemos. Nosotros somos democráticos y republicanos; la democracia es una de las formas de la república, y no su opuesto. Pero entonces, decía: que el kirchnerismo tuvo mucho de reivindicación “liberal”, digamos, de las libertades individuales. Que tuvo mucho, también, de reivindicación “republicana” de las libertades colectivas. Pero que sobre todo tuvo mucho de reivindicación democrática de los derechos. Se pensó como el nombre de un proceso de ampliación y profundización de derechos. Es decir, de transformación de posibilidades de lo más diversas (desde la de casarse hasta la de acceder a la universidad), que nos habíamos acostumbrado a pensar como privilegios de un grupo, de algunos, en posibilidades que tienen que poder ser ciertas y efectivas para todos.

Una de las cosas inquietantes, alarmantes y serias de este momento latinoamericano y argentino es la absoluta desaparición de la palabra “derecho” de las retóricas oficiales y de la idea de derecho como idea orientadora de las políticas públicas. Yo soy muy escéptico respecto a los presuntos aprendizajes democráticos de la que se llama a veces “nueva derecha”. Que, nueva o no, se caracteriza por lo que siempre ha caracterizado a la derecha: por pensar el mundo, no en términos de derechos, sino en términos de privilegios, diferencias y jerarquías.

LG: Quería preguntarte por la precariedad de ese proceso de ampliación de derechos, porque algo interesante de un populismo es su capacidad para producir una suerte de proceso de subjetivación colectiva que pueda sostener ese proceso de transformación. Hoy pareciera haber una naturalización demasiado rápida de algunas claudicaciones…

ER: Es necesario distinguir entre los derechos conquistados por ciertos sujetos que venían reclamándolos, a veces, desde hacía tiempo, y otros avances logrados en estos años, que a veces fueron el resultado de decisiones que fueron menos producto de haber tenido un “oído atento” a ese tipo de reclamos que de haber tenido la decisión de operar, “de arriba abajo”, algunas transformaciones sin duda muy relevantes, pero sin duda también más frágiles. Que fueron consecuencia de un estilo político (“personalista”, se dice a veces; “jacobino”, me gusta decir a mí): qué duda. Pero también de una situación con la que los tipos se encontraron cuando llegaron a la cima del aparato del Estado, medio de carambola, allá por 2003, sin una sociedad civil organizada, movilizada, activa sobre la que recostarse. ¿Qué iban a hacer, si no un poco de jacobinismo?

Con respecto a qué núcleos fuertes de esta sociedad capitalista, individualista, no se pudo o no se quiso conmover, yo diría que hay tres tipos de situaciones. Por un lado, las que el kirchnerismo se propuso pero no pudo transformar debido a la fuerza de ciertas tradiciones arraigadas en un tipo de subjetividad que terminó por imponerse. Por otro lado, las que el kirchnerismo pensó que podía mejorar, y por cierto mejoró, sin necesidad de transformar estructuralmente. Digo, para no abundar: el sistema universitario. Donde el kirchnerismo puso más plata que la que nunca antes se había puesto, lo cual sin duda estuvo muy bien, pero donde también eligió no compararse quilombos que podía evitarse si dejaba que los criterios del uso de esa plata los siguiera definiendo la corporación profesoral. Y finalmente, las que el kirchnerismo sostuvo y alentó, en particular en el campo de las políticas (celebrables, desde ya, desde muchos puntos de vista) de inclusión de millones de tipos en la lógica capitalista del consumo de bienes. Digo: si durante doce años le decís a un tipo, de todas las maneras, por todos los medios, que querés que consuma, que se compre una licuadora, que se compre un auto, que cambie el auto…, un día ese tipo va a querer consumir (entre otras cosas porque vos lo convertirse en una máquina de consumir) algo que vos no podés darle. Por ejemplo: dólares. Tenemos que preguntarnos ni no pusimos más energía en el empeño de construir un capitalismo serio que en el de construir una democracia activa. ¿Que meter a un montón de tipos en el consumo después de décadas de privaciones es de toda justicia?: Desde ya. ¿Que hacer otra cosa más radical era muy difícil?: ya sé. Lo que digo es que no me convencen las quejas melancólicas del tipo “los metimos en la clase media y mirá cómo nos devuelven…” No podemos pensar como novios despechados. Tenemos que volver a pensar la relación entre capitalismo y democracia, entre licuadoras y ciudadanía.