La lección de Trump

Publicado el 21 Nov, 2016

Por Ricardo Aronskind

Sin ninguna duda la aparición en el escenario mundial del millonario Donald Trump, dirigiendo el destino de la mayor potencia del planeta, está llamada a transformar el escenario de la globalización tal cual la conocíamos hasta el momento.

Hillary Clinton representaba la continuidad de un proyecto global de  expansión del poder de las multinacionales y el capital financiero, cuyo principal beneficiario, hace décadas, es Estados Unidos.

Es que la globalización, más allá de las toneladas de textos banales escritos para estudiarla, es un proceso económico, político y social que ha provocado en forma sistemática un traslado de riqueza y poder desde los países periféricos hacia los países centrales, de los trabajadores hacia los capitales, del sector productivo al sector financiero, y desde los estados hacia las corporaciones.

Este proceso ha requerido de ingentes esfuerzos diplomáticos, políticos, judiciales y militares, para construir una arquitectura internacional favorable a la expansión ilimitada de las corporaciones y el capital financiero. La potencia que ha venido impulsando sistemáticamente ese proceso ha sido Estados Unidos, flanqueada por Gran Bretaña, y por los neoliberales de todos los países del mundo.

Ese proceso ha sido universal, desde Ronald Reagan para aquí,  y sólo ha recibido resistencias a nivel gubernamental en América del  Sur en la década precedente. Los países en situación de transición, como China, Vietnam o Cuba, cuentan con muchos más mecanismos estatales para controlar el proceso y evitar verdaderas catástrofes económicas y sociales.

Precisamente una de las características de la globalización es que en el centro de los tratados, las reformas económicas y la prédica de académicos, tanques de pensamiento y comunicadores, están los intereses de las corporaciones multinacionales, las norteamericanas, las europeas, y algunas de otros países.

La novedad es que son tales los privilegios obtenidos por el capital multinacional, y tan pocas las restricciones a su accionar –para poder ponerlas mínimamente en función de intereses más generales- que la concentración de poder y riqueza ha empezado a afectar a sectores de la población de los propios países centrales. Luego de la crisis financiera de 2008, este proceso, en vez de moderarse, se ha acentuado.

En la periferia estamos acostumbrados a las depredaciones. En nuestro país, desde Martínez de Hoz en adelante, hemos visto cómo el “libre comercio”, la “apertura (importadora) al mundo”, el “libre movimiento de capitales”, el “achicamiento del estado”, terminaron creando una masa de población pobre, desempleados, excluidos y territorios fabriles arrasados, con una concentración de la riqueza en estratos reducidos de la población. Un país cada vez más subdesarrollado y dependiente.

Le toca hoy a sectores postergados –hace décadas- de los propios países centrales comprobar en carne propia que el propio diseño de la globalización, concentrador y desigualitario, es el que los pone a ellos también en una situación de desposesión. Desposesión de salarios dignos, desposesión de puestos de trabajo, de viviendas, de estudios, de jubilaciones, de salud, de futuro.

Claro que un candidato derechista y reaccionario como Trump va a decir que los que “le sacan el trabajo” a los norteamericanos son los mexicanos, los chinos o los japoneses, y nunca va a decir la verdad: que ellos están así porque las propias multinacionales norteamericanas les hacen a ellos lo que ya han hecho en otras regiones: establecerse donde más les convenga, donde encuentren salarios más bajos, energía más barata, menores regulaciones ambientales, menos controles públicos, menos trabas para disponer libremente de sus ganancias, y por supuesto, donde paguen menos impuestos. Hoy, una empresa gigantesca, que es el símbolo de la cultura norteamericana como Disney, tiene su “sede” –donde paga impuestos- en Luxemburgo…

Es decir, las multinacionales, para maximizar sus beneficios, prefieren todo lo contrario a lo que consideramos una sociedad civilizada, con derechos y pisos mínimos de bienestar.

Es que la globalización es una frazada corta, cubre cada vez menos necesidades, y está cada vez más corta. Si bien los sistemas políticos neoliberales están diseñados para ocultar su andamiaje socio-económico, el malestar se filtra y encuentra causes diversos para expresarse. Falta aún para alcanzar una mayor comprensión colectiva del origen del malestar y las frustraciones. Pero ya ha empezado a expresarse.

Trump, culturalmente, es un peligro, ya que la influencia norteamericana es global, y un presidente con características tan retrógradas bajará los estándares internacionales, y todos los racistas, intolerantes y violentos del mundo se sentirán alentados por sus comportamientos y declaraciones. En materia medio-ambiental, es también peligrosísimo –como todo el Partido Republicano- ya que niega el problema del calentamiento global y la necesidad de tomar medidas urgentes y colectivas para evitar una catástrofe ecológica.

Es en economía donde Trump se sale del libreto de la globalización, porque quiere modificar su lógica, al incluir la demanda de que la dinámica económica le sirva también a los norteamericanos “de a pie”. Eso no está en el orden del día de las corporaciones y de Wall Street. Tratándose de Estados Unidos, Trump contará con una serie de recursos de poder para forzar el orden internacional, y adaptarlo aún más a los intereses norteamericanos.

Es indudable que su presencia es disruptiva del orden mundial tal cual lo conocimos hasta este momento. Con Hillary Clinton, se seguiría con la farsa de que “la globalización nos conviene a todos”. Con Trump, es más explícito que la economía mundial le tiene que servir a Estados Unidos, y que el resto se arregle como pueda.

Trump podría provocar una crisis en el comercio internacional y los flujos financieros internacionales, promover tensiones entre países y regiones, y mostrar con claridad que la supuesta “espontaneidad” de la globalización, no ha sido sino una forma de controlar y regular el proceso global de acuerdo a intereses particulares. Hoy, otros intereses particulares, quieren modificar las reglas de juego a su favor, y nos dan a todos una lección sobre cómo funciona realmente el poder en el mundo actual.