“Las injusticias sociales que no pueden ser resueltas en un cuadro neoliberal harán que inevitablemente resurjan propuestas reformistas”

Publicado el 21 Nov, 2016

Canciller durante el gobierno de Lula da Silva, Celso Amorin es un importante intelectual brasileño. Habló con La Gaceta sobre el derrocamiento de Dilma Rousseff, la situación de la región en el actual contexto mundial, el rol que vienen a cumplir Macri y Temer y los desafíos que tendrán que enfrentar las fuerzas populares en los próximos años.

 

Brasil, hoy

LG: ¿Cuáles han sido, a su entender, los factores de poder económico y los actores de la política internacional que han jugado en el derrocamiento de Dilma Rousseff?

CA: Es muy difícil y arriesgado hacer una afirmación sobre los factores que contribuyeron a la caída de la presidente Dilma Rousseff, pero la verdad es que siempre que hay un gobierno que lucha por mayor igualdad en la sociedad brasileña y mayor autonomía en el campo internacional, se desencadenan presiones de sectores que se sienten afectados. Basta ver quién se beneficia con una sociedad injusta y dependiente para identificar los responsables de esas presiones. Durante el gobierno Lula y una parte del primer gobierno de Dilma, ellas fueron amortiguadas en función de la buena situación económica, en la que de alguna forma “todos ganaban”. Aun así, había muchos sectores disconformes con la medida de redistribución de los impuestos y de la mejoría en el acceso a universidades y también descontentos con las actitudes externas más independientes (como el repudio al ALCA, la creación de la UNASUR y la mediación que hicimos, juntamente con Turquía, en la cuestión del programa nuclear iraní). Con el agravamiento de la crisis, en virtud de factores externos e internos,  tales presiones se tornaron muy difíciles de resistir.

LG: ¿Cuál es el plan para Brasil bajo el gobierno de Temer? ¿Quiénes serán favorecidos?

CA: El plan principal del gobierno Temer es reducir el Estado, privatizando activos y limitando las inversiones públicas, inclusive en el área social. Al mismo tiempo, habrá un progresivo desmantelamiento de normas que incentivan la industria nacional como en el caso de las normas gubernamentales. Las tensiones sociales se agravarán, pero los sectores rentistas, principalmente aquellos que realizan la mediación entre el capital internacional y la realidad interna del país, tendrán lucros considerables.

LG: Existe gran desconocimiento aquí en Argentina sobre el proceso de destitución de Dilma Rousseff. Llama la atención oír a diversos actores no necesariamente alineados con la derecha, sostener que el proceso es “ilegítimo pero legal”. ¿Cómo es posible que se haya construido esa idea?

CA: Los que defienden la legalidad del impeachment, inclusive ministros de la Suprema Corte, se apegan a aspectos esencialmente formales. Según los defensores de esa tesis, los ritos habrían sido cumplidos. Personalmente, no estoy de acuerdo con esa tesis y creo que los argumentos presentados por la defensa, en lo que se refiere al mérito de las acusaciones, fueron bastante sólidos. Pero lo más importante, en mi opinión, es que hubo un cambio radical de orientación política, sin la intervención del voto popular. Esa es una distorsión grave del propio concepto y propósito del instituto del impeachment. De ahí, el cuestionamiento de la legitimidad.

LG: Algo se ha hablado del elitismo del poder legislativo en Brasil, pero ¿qué rol ha tenido el poder judicial en el derrocamiento? ¿Considera usted que su historia y su composición explican ciertas tendencias antidemocráticas?

CA: No estoy en condiciones de hacer un análisis sociológico del poder judicial y del ministerio público de Brasil. Eso debería ser objeto de investigaciones académicas serias en el futuro. Pero, lo que sí puedo decir, es que hubo un fuerte desvío ideológico en la forma en que fueron conducidas las investigaciones o como los medios gráficos se apropiaron de ellas.  En verdad, los hechos que han sido apuntados, son, antes que nada, un fortísimo cuestionamiento del sistema político-electoral en el Brasil, donde el peso del poder económico y el clientelismo juegan un papel desproporcionadamente grande contaminando la propia legitimidad de la representación popular. Pero el objetivo parece haber sido el de inviabilizar el proyecto político del cambio encarnado por el PT y, más específicamente, por Lula y Dilma.

LG: ¿Cómo visualiza el corto y el mediano plazo en la política brasileña? Los últimos sucesos judiciales parecen indicar que seguirá la persecución sobre Lula. ¿Está el PT organizado para resistir una persecución de esa naturaleza?

CA: Sigo el tema con mucha preocupación. Pero todas las personas de buen criterio, aún en el campo conservador, como el expresidente Fernando  Henrique Cardoso, según se lee en los periódicos, se preocupan con los efectos desestabilizadores de acciones judiciales más violentas contra el ex -presidente Lula que es el mayor símbolo del combate a las injusticias sociales en Brasil. Ojalá el buen criterio prevalezca.

 

América Latina

LG: ¿Qué tipo de reordenamiento geopolítico suponen los nuevos gobiernos conservadores en la región? Como visualiza las estrategias de coordinación de las posiciones de estos nuevos gobiernos a nivel internacional? Qué papel proponen para la región en el mundo?

CA: Indiscutiblemente, hay un ascenso de gobiernos conservadores en América del Sur. Creo, además, que la realidad política de América del Sur no es la misma que la de América Central o la del Caribe, a pesar de que naturalmente haya puntos de contacto. Esa ola conservadora tiene varias causas, pero una de ellas es indiscutiblemente la retracción de la demanda internacional por las materias primas y bienes alimenticios producida en esa región. De cierta forma, el fin del ciclo positivo debería haber sido previsto pero, en este aspecto, fallamos. Nos dejamos llevar por lo que los economistas llaman “enfermedad holandesa”. No  hubo la necesaria  transformación de nuestro parque productivo: nuestros esfuerzos de integración (a pesar de haber sido muy ampliados en la primera década y media del nuevo milenio) no fueron suficientes para crear una base industrial y tecnológica regional que nos liberase de las fluctuaciones en el comercio de commodities. La tendencia ahora es la búsqueda de alianzas comerciales y económicas, fuera de la región, disminuyendo aún más la posibilidad de un crecimiento económico relativamente autónomo de los países de América del Sur y poniendo en riesgo hasta las políticas sociales (por ejemplo, en lo que respecta al acceso a medicamentos y patentes).

LG: En América Latina parece hacerse visible el clásico desafío de la sucesión en los liderazgos populares. Cómo se da ese proceso en Brasil ¿hay cuadro medios capaces de proyectar una nueva camada de líderes populares? ¿dónde visualiza los sectores más dinámicos?

La práctica de nuestros sistemas electorales ha mostrado que proyectos progresistas (socialmente reformistas y autonomistas en el plano internacional) sólo han avanzado cuando hay liderazgos populares fuertemente carismáticos. En teoría, sería posible imaginar una situación diversa en la que cuadros políticamente sólidos liderasen un proceso de reformas. Pero no veo eso sucediendo a corto plazo. Hasta donde la vista alcanza, la viabilidad de agendas reformistas depende de líderes capaces de movilizar las grandes masas de entre las poblaciones más pobres de nuestros países

LG: ¿Y cómo ve el futuro de la región? García Linera insiste en la imagen de las “oleadas” para sugerir que el repliegue de los poderes populares ante el avance conservador debe ser pensado como una retracción circunstancial. ¿Coincide usted con esta lectura o cree que el panorama es más sombrío, teniendo en cuenta la realidad del planeta? ¿América Latina puede seguir siendo un faro  en el marco global del poder neoliberal?

Las injusticias sociales que no pueden ser resueltas en un cuadro neoliberal harán que inevitablemente propuestas reformistas resurjan. Éstas dependen de alguien que las encarne para ser victoriosas. No tengo duda de que eso volverá a ocurrir, pero el tiempo perdido y los retrocesos cometidos, no serán totalmente recuperados. Es preciso pensar que, por lo menos en el caso de Brasil, el electorado progresista, con pocas excepciones, se desplazó de las áreas urbanas que son, en teoría, las más escolarizadas y más politizadas, a las regiones más pobres, donde la estructura partidaria es más débil. Eso nos vuelve, a corto plazo, aún más dependientes de liderazgos carismáticos, capaces de “hablar directamente” con el pueblo. Pero evidentemente eso no quiere decir que debemos dejar de movernos en búsqueda de reformas políticas capaces de disminuir el peso del poder económico, el clientelismo y el corporativismo de varios sectores de la sociedad. Es muy importante, igualmente, el trabajo junto a las capas medias de la población muy afectadas por la crisis y cuyos temores son explotados, como ocurre en Europa y también en los Estados Unidos, por la extrema derecha.