“Me opongo a aceptar que el neoliberalismo sea un dispositivo de construcción perfecta de la subjetividad”

Publicado el 21 Nov, 2016

Jorge Alemán es un reconocido intelectual. Psicoanalista, profesor universitario, reparte su vida entre Buenos Aires y Madrid donde vive desde su exilio. Allí fue Consejero de Cultura de la Embajada Argentina en España hasta 2015. En su paso por Buenos Aires, para presentar su último libro Horizontes neoliberales en la subjetividad, habló con La Gaceta sobre el peronismo, el kirchnerismo y los desafíos del presente neoliberal para la política y el pensamiento.

 

Peronismo

LG: En una entrevista que hicimos hace unos meses a Daniel Santoro, decía que el peronismo es intolerable porque no combate al sistema sino que lo da vuelta, lo invierte. “Hace un uso contra-natura” porque “trabaja en democratizar el goce”. ¿Te parece interesante esta idea de una relación entre peronismo y goce que pueda ser eje de su potencia (y de su debilidad)?

JA: He hablado mucho de esto con Daniel Santoro. Es un artista grande y tiene una visión cuasi epifánica del peronismo, como un carnaval plebeyo que se devora a sí mismo «quemando el parquet”, por decirlo de algún modo. Para el psicoanálisis sin embargo, el goce es lo que por definición no se deja democratizar, porque es algo absolutamente singular y ahistórico; a menos que entendamos que por democracia, no un cierto régimen político sino la irrupción de algo así como una “diferencia en común”. Un modo de lazo que permita que cada uno goce como quiera pero por fuera de la lógica del mercado. Ahora bien, esto tampoco es sin riesgos. Y para que no tenga efectos sádicos o sacrificiales requiere un tipo de sujeto que podríamos caracterizar como «santidad» laica, propia de la lógica femenina (lo que lacan llama el No Todo). En este sentido, yo creo que, por un lado, es difícil asignarle al peronismo un rasgo que lo defina completamente y sin embargo, sí puedo afirmar que veo en el arte de Santoro trazos y presencias espectrales de esa “santidad”. Santoro en su arte ha sabido leer esa sensibilidad popular peronista que tiende a una democracia muy singular.

LG: Hablando de identidad peronista ¿Cómo ves la actual controversia respecto a si debe enfatizarse la identidad kirchnerista, aglutinada en torno a Cristina, o si debe privilegiarse la unidad del peronismo, al precio de desdibujar la impronta kirchnerista?

JA: Yo no privilegiaría la unidad dichosa del peronismo, porque aun siendo el kirchnersmo una experiencia que se reconoce en lo nacional y popular y en la memoria del peronismo, también se trata de un proceso que hizo emerger políticas de estado nuevas, por ejemplo, en relación con los derechos humanos, que funcionaron más bien como una radicalización de la democracia. En ese sentido, el kirchnerismo recuperó no sólo rasgos de los tradicionales populismos sino también valores republicanos y tradiciones liberales e incluso jacobinas. Fue muy especial esa impronta y muy valiosa, para regalarla ahora, al esencialismo peronista donde cabe todo. No se puede hablar del peronismo como si fuera una esencia inmutable, eterna. No se puede y tampoco es interesante hacerlo políticamente.

 

Populismo y capitalismo

LG: Has sido colega y amigo de Ernesto Laclau, y has reivindicado su teoría del populismo en varias ocasiones. Considerás que la derrota electoral del kirchnerismo presenta interrogantes que pueden responderse desde esa teoría o es necesario, recuperar otras lecturas, realizar otros cruces? Cuáles?

JA: Hay un punto que yo solía discutir con él y que tiene que ver con el modo de considerar el rol de la “demanda insatisfecha” en un proceso de articulación política. En su teoría de la hegemonía, luego reformulada para pensar la cuestión del populismo, Ernesto propone partir (y hace bien), no del grupo ni de la fidelidad a una Idea, sino de una demanda insatisfecha que, en la medida en que se trata de una demanda que no puede ser absorbida por el tejido institucional, promueve la cadena equivalencial  que desemboca en una voluntad popular. Sin embargo, el psicoanálisis muestra que, primero, la demanda está siempre dirigida al Otro y habla su idioma. Entonces, si es satisfecha puede romper la cadena equivalencial y desdibujar la frontera antagónica hasta volverla flotante. Esto quiere decir que las posibilidades de un proceso hegemónico están siempre atravesadas por una profunda debilidad, que es la debilidad de la política propia del campo popular. En este punto hay un problema político que tiene mucho que ver con lo que hoy experimentamos en la región y especialmente en Argentina y que el psicoanálisis ayudaría a pensar mejor. Pero claro, para ser justos hay que decir que podemos empezar a pensar esto de otro modo y con otras herramientas, gracias a que Ernesto lo planteó. Ernesto hizo un gran aporte a la teoría política y al pensamiento del populismo. Otra diferencia con él en este punto radica en que para mí es fundamental distinguir entre Hegemonía y Poder. Yo no creo que la perspectiva de Ernesto haya logrado dar cuenta de esa diferencia.

LG: ¿En qué sentido se diferencian poder y hegemonía?

JA: El poder no es el “poder político” es el poder del Capital y como tal opera  rechazando lo imposible, como un dispositivo que tiende a capturar en su lógica todos los lugares. El poder no reconoce diferencias –por eso no es político- más bien funciona homogeneizándolas, instalándolas en un movimiento circular que se lleva todo por delante. La hegemonía, en cambio, en su lógica estricta de articulación de diferencias jamás las borra, mantiene la contingencia de las mismas. La hegemonía es la lógica de la política que se expande sin eliminar las diferencias. El poder del capital no responde a una lógica política. En la política, lo heterogéneo siempre está despierto en el interior de la construcción hegemónica. Esto hace que los proyectos emancipatorios  sean frágiles. No tienen un «sujeto histórico» constituido en forma definitiva. Por eso, tal vez, tengan su mayor alcance –sus posibilidades y su potencia de perduración- en el legado simbólico que sean capaces de inventar, ese «saber en reserva» que permita su eventual retorno .pero como se puede apreciar, hay una gran asimetría entre el poder y la hegemonía. Esa asimetría no es “de grado” es cualitativa, es una diferencia estructural que refuerza la desigualdad.

 

LG: ¿Qué aporta el psicoanálisis para pensar esta cuestión?

JA: Bueno, ya muchos han entendido que el Capital es la estructura del poder contemporáneo. En la perspectiva de Michel Foucault, muy retomada últimamente, por ejemplo, éste poder consiste en una producción permanente de subjetividad, conectada y sin exterior posible. Sin embargo esto es, a mi juicio, apenas el punto de partida de la cuestión. Para el psicoanálisis, lo más decisivo de esa cuestión es dar cuenta de aquello que por razones de estructura  no es “producible”, no es apropiable para las estructuras de poder del Capital. El psicoanálisis apunta a eso del sujeto que no constituye un “constructo” histórico, eso que se escapa a las configuraciones culturales y socio-históricas, un resto singular inapropiable. Se trata de la constitución el sujeto del inconsciente, en el sentido de Lacan. Este nunca está «producido» sino que constituye un real que se resiste a la producción. El sujeto lacaniano no se deriva de las construcciones de poder históricas. Está siempre «causado» de un modo fallido y nunca representable del todo. Por lo tanto, no puede ser alcanzado en su totalidad por el Capital, como parecen sugerir algunos filósofos, como Byung-Chul Han. Si lo consiguiese, la experiencia política y la posibilidad de lo igualitario como tal no podría ya jugar su partida. Yo me opongo a aceptar que el neoliberalismo sea un dispositivo de construcción perfecta de la subjetividad. Y creo que el psicoanálisis ofrece una vía para pensar eso, porque ofrece herramientas para identificar esa zona del Sujeto que es inapropiable por la lógica del Capital que es la forma de poder contemporáneo.

Es cierto que el sujeto, tal como lo piensa el psicoanálisis, es una mala noticia para el proyecto emancipatorio clásico de la Ilustración, que lo imaginaba como un sujeto autónomo, autoconsciente y finalmente propicio para ensamblarse a un proyecto colectivo. A su vez es una buena noticia que aun pensable un sujeto irreductible a las determinaciones históricas, capaz de hacer irrumpir la diferencia absoluta que la producción homogénea del Capital no puede manipular, o no logra capturar, por completo en sus dispositivos de “producción” de subjetividad neoliberal.