El dilema de la sucesión. Reflexiones en torno a la derrota electoral

Publicado el 4 Feb, 2016

El país
A casi dos meses de asumido el nuevo gobierno vivimos en un país radicalmente diferente al que fuera hasta el 10 de diciembre último. Los lineamientos políticos del nuevo gobierno apuntan a: 1) la destrucción de las políticas económicas orientadas al desarrollo del mercado interno y a la consolidación del aparato productivo nacional (apertura indiscriminada del comercio exterior, eliminación de retenciones, desregulación financiera, licuación del salario vía devaluación e inflación, suba de tasas de interés y eliminación de líneas crediticias a la producción, cesantías generalizadas alentadas desde el sector público); 2) la desarticulación de las políticas de integración regional en pos de la entrega servil al “eje del pacifico” (que es un eufemismo que en verdad refiere a la creación de un mercado colonial norteamericano); 3) el re-endeudamiento improductivo del país, que tiene por objeto favorecer a la especulación financiera y a los grandes bancos extranjeros; 4) el sometimiento al poder financiero internacional (vuelta al monitoreo del FMI y claudicación frente a los fondos buitre); 5) la extranjerización de los recursos naturales; 6) la re-monopolización de la comunicación social; 7) la demonización de la militancia y el achique del Estado.
La velocidad con la que se produjo este drástico cambio de la política nacional no responde a otra cosa que a la ejecución de una partitura largamente estudiada por los grupos de poder nacionales y extranjeros: el retorno de la Argentina a la senda de la dependencia neocolonial.

¿Qué pasó?
Antecedentes de un viraje neocolonial como el que estamos viviendo nos remontan, en la historia reciente de la Argentina, a 1955, 1976 y 1989. En los dos primeros casos, la clase dominante necesito para imponer su agenda antipopular del poder represivo de las fuerzas armadas, en el tercero, de la generación de una crisis económica y social sin precedentes hasta entonces. La novedad que presenta el estado actual de la situación nacional es que los poderes facticos de la Argentina no requirieron de ninguna de las dos cosas para llevar a Mauricio Macri a la Presidencia de la Nación: éste fue elegido por la mayoría del pueblo argentino en comicios libres, sin crisis social y con los indicadores de desempleo y consumo más favorables en décadas.
Es claro que la principal causa de la derrota electoral del FPV no fue económica ni social, sino política. Por supuesto que la feroz campaña mediática de desprestigio y desinformación contra nuestra fuerza política ha contribuido a debilitar nuestra posición electoral. Pero a eso se dedicaron siempre. En 2011 la misma embestida no les dio el mismo resultado.
De las muchas causas que puedan alegarse para dar cuenta de la derrota, es importante reflexionar sobre la dinámica del desarrollo del movimiento popular en la última década y sobre los límites de su maduración y crecimiento. Y aquí hay un aspecto que es importante resaltar y que permite considerar la situación nacional a la luz de los procesos históricos de la región: la incapacidad de las fuerzas populares de saldar a tiempo los dilemas de la sucesión o de la alternancia presidencial al interior del movimiento popular. Otras experiencias históricas se han encontrado con el mismo límite, en el pasado y en la actualidad: movimientos populares que surgen al calor de la lucha social y que encuentran su punto de síntesis y representación política en una conducción capaz y dispuesta a marcar el camino de la liberación nacional terminan relegando a esa conducción toda la iniciativa política, facilitando la desmovilización de la base social que estuvo en el origen del movimiento y vaciando de debate y de protagonismo popular al instrumento político.
Si bien la conducción política es la que le da organicidad al movimiento popular, son las bases las que definen la dinámica de la construcción política. Ellas son la instancia decisiva de la construcción de la comunidad políticamente organizada. A partir de ellas, y no de individualidades atomizadas, se ejerce el liderazgo político. Hay conducción política revolucionaria cuando el liderazgo se nutre del poder de las bases y promueve la consolidación de un sujeto político colectivo. Sin este sujeto, no hay poder popular. Sin poder popular no hay fortaleza ni en las bases ni en la conducción. Si ocurre esto, el liderazgo corre el riesgo de convertirse en una representación sustitutiva del movimiento popular. Algo de esto nos pasó a nosotros. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner enfrentó a la mayoría de los poderes fácticos de la Argentina y del exterior, pero faltó más involucramiento del pueblo en esas luchas, que es la única forja para la reconstrucción de una conciencia nacional y popular con sólida raigambre social. La lucha política representó, pero también sustituyó, a la lucha social.
Una consecuencia directa de esta situación es que el punto de acumulación de poder del proyecto nacional se concentró en el Estado y no en el movimiento popular. Esto condujo a una lógica política intramuros que favoreció la apatía política y la atomización del cuerpo social, terreno más que fértil para el avance de las fuerzas reaccionarias.
Las fuerzas populares se encontraron ante el dilema de la sucesión presidencial sin la suficiente gimnasia política para procesarlo colectivamente. La consigna “Scioli presidente, Cristina conducción” le exigió al movimiento popular una madurez de la que adoleció por haber estado demasiado tiempo desplazado de las decisiones políticas. El dilema no resuelto se transformó en debilidad electoral. El kirchnerismo ingresó al mismo tiempo en la contienda electoral y en su debate más profundo y productivo como fuerza política. No pudimos saldarlo a tiempo. Nos ganaron la desconfianza, el sectarismo, la mezquindad, el voluntarismo.

¿Qué hacer?
Es imperativo reconstruir la capacidad del movimiento popular de representar a la mayoría del pueblo argentino. Se lo debemos a los millones de compatriotas que pusieron y ponen su esperanza en nosotros. Hay que recuperar el impulso frentista y trabajar fuertemente para derrotar al macrismo en las elecciones de medio término, dentro de un año y medio. La frontera simbólica que recorta los agrupamientos políticos no puede ser hoy (tampoco debió serlo ayer) la que divide a kirchneristas de anti-kirchneristas, sino la que delimita entre el proyecto gubernamental de restauración neoliberal y el proyecto de emancipación nacional. La dirigencia política, social y sindical debe trabajar decididamente y con mucha humildad en pos de la construcción de este frente, pero esto sólo será posible sobre la base de una profunda reflexión en torno al rol de las organizaciones populares en los procesos de liberación nacional. Podemos equivocarnos, pero no cometer dos veces el mismo error. Si hay sujeto colectivo y mecanismos de participación popular, claridad estratégica y democracia de base, la cuestión de la alternancia presidencial al interior del movimiento popular puede y debe tener una resolución natural.